Foto de Paula Gajardo

miércoles, 23 de junio de 2010

LA POESÍA DE MARIO MELÉNDEZ


Lo conocí en Santiago. Tenía en sus ojos eso que unos llaman entusiasmo, pero que yo prefiero llamar luz para las cosas, para los objetos. Así como debió ser Víctor Jara, cuando caminaba por las calles y le apetecía saludar, así Mario prefería mirar las cosas, y hacer que las cosas oscuras, fúnebres, enormes, sean luz. La luz de su mundo, de su poesía. Lo recuerdo tan entusiasta y tan sano, tan libre de egoísmos y de itsmos infiltrados siempre en las poses de los hombres talentosos que tiene nuestra América. Apuesto cualquier cosa que Meléndez ahora mismo está tramando algo en amor a la poesía. Está queriendo construirse unas escaleras locas “para sacarle los clavos/ a Jesús el nazareno”, a ese utópico evento que nos cambia la vida cada día, que es la poesía.


He releído su poesía y he hecho que muchos la lean. Me encanta que sea tan franco con él, con nosotros, con el lenguaje. Que diga las cosas que hay que decir, con absoluta astucia, con un aire de suficiencia, como que con su trabajo podemos salvarnos, y nos salvamos. Mi amigo y compañero Mario Meléndez, es un poeta desde cualquier perspectiva.

Vamos a enfrentarnos a él desde lo literario, solamente, para vincularlo en el tiempo y en el espacio. 


Primer recurso: la expresión directa, aquellos que otros llaman la direccionalidad del discurso. En Meléndez hay un rasgo dúctil y diáfano que ayuda a que su discurso sea directo, casi a lo antipoético, es decir, desusar aquellas imágenes crípticas para asumir, inclusive, el lugar común, como un recurso nuevo y establecido que asombre. Este recurso es la metáfora insólita. El discurso de Meléndez es inaudito para muchos, pero siempre deja una dosis de enorme bifocalidad, de aquello que el lenguaje tiene en su matriz, pero que no todos podemos usarlo siempre, que es la connotación sobre el hecho denotativo. Este es su principal recurso.

El segundo recurso es netamente social: el enfoque de los temas sobre la unidireccionalidad que, parece, pasa por todos los subtemas que sus imágenes entregan a lo largo de un poema. Recuerdo tanto aquel bello poema dedicado al maestro Huidobro, en el que Meléndez se aferra a un sentido primero que es la autocontemplación desde el poeta grande hacia el aprendiz, para terminar hablando del mundo en su substancia.


Tercer recurso: el ritmo. Sin su propio ritmo no entenderíamos a Meléndez. Ese ritmo tan arrítmico, desde la visión total del ritmo que lleva a rima. En Mario se produce un efecto (para mí lo mejor de su poética) de depuración absoluta en el corte de los versos, en las pausas, en las cesuras exactas, que nos hacen a sus lectores navegar en aguas de absoluta libertad creativa, ajustándonos a un inusual ritmo.

Esta es la voz nueva que propone. La que dice algo nuevo. O lo mismo, pero de distinta forma. Esta es la voz nueva de la poesía chilena que ha logrado “torear” la excelsa sabiduría de la poesía de los grandes referentes chilenos. Un poeta total, que lleva la luz de la palabra en su poesía que navega en quien la lee y la escucha.

Ni más ni menos.




Xavier Oquendo
Quito, Ecuador